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Microrelatos




Penando
Habían atravesado la capa de nubes y un sol radiante bañaba todo el interior del avión. Esa fue la última fotografía que me enviaron con el móvil antes de la explosión. Sin explicaciones, sin culpables; los perdí a todos. Mis hijos, mi esposa, mis nietos, ¡mi alma!
 “Accidente fortuito” dijeron. Solo un empleado -demasiado tarde- se atrevió a decir la verdad: una vez más, los recortes en material de seguridad. Lo despidieron y marcaron como traidor de por vida. Ahora, tampoco tengo trabajo y me dedico a gastar mis ahorros en viajes sin fin de una ciudad a otra. En el mismo avión; esperando.



Secuela
Habían atravesado la capa de nubes y un sol radiante bañaba todo el interior del avión; este descendió, tomó tierra y se detuvo. La portezuela se abrió y ¡allí seguían!, como hace cinco, diez, veinte años, con su argumentario preparado a conciencia, sus promesas de una vida mejor en las abultadas carteras. De nuevo bajaron la escalerilla con una sonrisa sibilina, subieron a los coches y partieron rumbo al gran mitin. Llegaron de noche al estadio y entraron por la puerta principal que daba al escenario. Ya en sus puestos, la música atronó y el exultante candidato apareció comenzando su arenga. Pero en aquel lugar ya no había nadie para escucharle. ¡Por fin ocurrió!



Las doce treinta
No le gustaba llevar pulseras, ni colgantes, ni ningún objeto que atrajera a los que roban. Tampoco entendía los aparatos modernos. Pero aquel día prendió en su muñeca derecha el último regalo de su vida. Solo me dejaron verlo un instante. Lo recuerdo con las manos cruzadas entre su cara, pero mis ojos llorosos se fijaron en ellas y supe cuándo ocurrió. Todas las noches sueño con él, y solo veo junto a su reloj unos números grabados en su piel carbonizada. Pero yo, como siempre, espero a papá a las doce treinta en la puerta de mi cole.


Moby "buf"
…Igual que lo hacen las ballenas y otros cetáceos de la misma familia que…

Ahí me dormí. No sé durante cuánto tiempo, pero el “runrún” de la pesada explicación y el calor de la calefacción pudieron más que mi voluntad de mantener los ojos abiertos. 

Y de pronto sonó el despertador. ¡Genial! era un sueño, así que esbocé una sonrisa, me vestí, aseé y recogí los bártulos de clase. Consulté la agenda escolar y… ¡Dios mío! Hoy tenía un examen de biología: La migración de las ballenas. Ahí me desperté. 

…después al sur…


Solo fueron unos segundos “buf” menos mal.


Lo que me “Cousteau” 
Igual que lo hacen las ballenas, le dije en su primera vez. Claro, que la culpa es mía por pensar que el niño me entendería ¡Tonta de mí! 

- ¡Es muy divertido mama! 
Decía entre carcajadas y grititos. 

Desde ese día se acabó el ver documentales de animalitos. Y entonces me planteé un gran dilema: volver a los pañales o armarme de paciencia hasta que se aburriera del jueguecito. 
Era eso, o pasarme el tiempo limpiando las paredes del baño cada vez que la criatura lo visitaba.

¡Entonces vi la luz!, mejor dicho a su padre.







¡Conseguido!
Los nervios tensos; el sudor empapándome la frente, el cuello, el cuerpo entero. El cerebro saturado de adrenalina; las manos y el bolígrafo jugueteando el uno con las otras. Por fin después de tanta preparación, años de universidad, horas de sueño, dinero gastado y tiempo empleado me enfrento a ello. ¿Valdría la pena haber perdido mi adolescencia? Repaso mi disco duro neuronal y tras unos segundos compruebo que todo lo aprendido todavía está almacenado en él. ¡Bien! ¡Allá voy! Primera pregunta: "¿Es la primera vez que se inscribe en el servicio estatal de búsqueda de empleo?"






Requiebro de lisonjas.

Ella, me cautiva, fascina, emociona.
Me nubla, anula, me entiende.
Me habla, acaricia, me asombra,
llama, me desea, trastorna.
Me ama, me siente y conmueve.
La quiero, la sueño, la anhelo, 
ansío, pretendo y me muero. 
La alcanzo, la toco y comprendo 
que para mí, solo hay una. 

Su rostro; tu cara… ¡Mi Luna!




La última vez

Recogí una única lágrima que resbaló por sus mejillas; 
respiré el último aliento que escapó con su vida; 
solté su mano lánguida aferrada a la mía 
y la abracé porque nada mas podía hacer, salvo sentirla. 

Acaricié su rostro apartando los riachuelos de sangre que lentamente un lago formando estaban a su alrededor mientras se tornaban mis dedos carmesí; 
levanté la vista y le pregunté, sí, 
esperanzado, sin ira, confuso y aterrorizado: ¿Mamá está dormida?


































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